viernes, 2 de abril de 2010

SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN Y EXCLUSIÓN. FRAGMENTACIÓN SOCIAL

Actualmente estamos inmersos en lo que podemos denominar la sociedad o la era de la información. Podemos afirmar esto ya que el siglo XX ha sido testigo de una avalancha de información sin precedentes. Bien sea a través de la página impresa, la radio, la televisión, Internet o algún otro medio, lo cierto es que el mundo se encuentra saturado de información. En su libro Data Smog—Surviving the Information Glut, David Shenk escribe: “La avalancha de información se ha convertido en una verdadera amenaza. [...] Ahora nos encaramos al riesgo de la obesidad de información”.
Se dice que una edición normal de un día de semana de The New York Times contiene más información que la que oyó en toda su vida la persona de término medio de la Inglaterra del siglo XVII. Además del periódico diario, la avalancha actual de información se ve incrementada por una multitud de revistas y libros de todo tipo sobre una gran variedad de temas. Cada año se publican decenas de miles de libros. Y dado que la información científica se duplica cada seis años, no es de extrañar que la cantidad mundial de tan solo publicaciones técnicas ascienda a más de cien mil. Por si fuera poco, Internet pone al alcance de sus usuarios inmensas bibliotecas de información.
El mundo está inundado de revistas comerciales, revistas para la mujer, revistas para los adolescentes, revistas sobre deportes y ocio —de hecho, revistas sobre casi cualquier tema e interés humano—, y todas claman por nuestra atención. ¿Qué puede decirse del publicista, el “pregonero de nimiedades”, según algunos lo han descrito? En su libro Information Anxiety , el autor Richard S. Wurman señala: “Las agencias publicitarias han declarado la guerra a nuestros sentidos con un aluvión de anuncios que hay que mirar, oír, oler y tocar”. Insisten en que para no ser menos que el vecino, uno necesita el producto más novedoso, el que tenga mejores prestaciones.
El doctor australiano Hugh MacKay, psicólogo e investigador social, dijo que ‘el mundo se siente abrumado por la información y a la gente se la invita a introducirse en el carril de adelantamiento de la superautopista de la información’. En opinión del doctor MacKay, el problema es que la explosión de programas de noticias y de actualidades en la radio y la televisión, junto con el gran aumento que ha habido en redes computarizadas de información, ha creado un mundo en el que la información que la gente recibe de los medios de comunicación tan solo es una representación parcial de los hechos y acontecimientos, no el cuadro completo.


La palabra información viene de la latina informare que transmite la idea de dar forma a algo, tal como el alfarero da forma a la arcilla. De ahí que algunas definiciones de informar den el sentido de “moldear la mente” o “dar forma o instruir la mente”. La mayoría de las personas mayores recordarán bien cuando, no hace tanto tiempo, la información consistía tan solo en una lista de hechos o datos que nos aportaban detalles como quién, dónde, qué, cuándo o cómo. No había ningún vocabulario ni jerga especial de la información. Todo lo que teníamos que hacer era pedirla o buscarla nosotros mismos.
Pero llegó la década de los noventa, y con ella tantos términos nuevos relacionados con la información. Si bien algunas de estas palabras o expresiones son relativamente fáciles de comprender o deducir, como “infomanía”, “tecnofilia” y “era de la información”, otras resultan bastante complicadas. El mundo de hoy está siendo arrastrado por la infomanía: la creencia de que quien posee más información tiene ventaja sobre los que no pueden acceder a ella con tanta facilidad, y de que la información ya no es un medio para alcanzar un fin, sino un fin en sí mismo.
Un aluvión de sistemas de telecomunicación y nuevas posibilidades tecnológicas, como el fax, el teléfono móvil (celular), la fibra óptica, la computadora personal (a la que algunos consideran el símbolo y la mascota de la era de la información) están fomentando esta idea y haciendo que la sociedad esté creciendo y sufriendo transformaciones tanto económicas como sociales.
La comodidad, velocidad y capacidad de las computadoras ha permitido acceder a más información que nunca antes; y tanto es así que Nicholas Negroponte, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, dice: “La informática ya no tiene que ver con las computadoras. Tiene que ver con la vida”. Eso explica por qué la información y los medios técnicos que la transmiten han llegado a valorarse excesivamente, en algunos casos hasta a reverenciarse, y cuentan con una multitud de incondicionales en todas partes del mundo. Los programas televisivos de noticias y de actualidades son considerados como el evangelio, y los de entrevistas divulgan montones de trivialidades que el público en general se traga crédulamente y sin cuestionar.
La era de la información ha cambiado nuestra forma de vivir y trabajar.

Pero, ¿es siempre beneficiosa toda esta avalancha de información? ¿beneficia a la sociedad o en realidad perjudica a la sociedad como tal todos estos adelantos tecnológicos?.

Por supuesto, todos necesitamos estar bien informados, pero tener cantidades ingentes de información no necesariamente nos educa en el sentido estricto de la palabra, pues mucho de lo que se hace pasar por información no son más que simples hechos o datos en bruto, que no guardan ninguna relación con nuestra propia experiencia. Hay quienes hasta recomiendan que en lugar de “explosión de información”, habría que llamar a este fenómeno “explosión de datos” o, aún más irónicamente, “explosión de no información”. Hazel Henderson, analista económica, lo ve de esta manera: “La información de por sí no ilumina. En este ambiente dominado por los medios de comunicación, no podemos especificar lo que es información errónea, desinformación o propaganda. Centrarse en la simple información ha conducido a una avalancha de miles de millones de pizcas de datos sueltos y en bruto, cada vez menos valiosas, en lugar de llevarnos a la búsqueda de nuevos y valiosos patrones de conocimiento”.
El comentario de un presidente del Grupo Editorial Encyclopædia Britannica, es el siguiente: “La mayor parte de la información correspondiente a la era de la información sencillamente se desperdicia; no es más que ruido. La frase explosión de información es muy acertada, pues una explosión impide oír otros sonidos. Si no podemos oír, no podemos saber”. Orrin E. Klapp expresa así su punto de vista: “Me imagino que nadie sabe cuánta de la información que recibe el público es en sí seudoinformación, es decir, que pretende decir algo pero en realidad no dice nada”.
Seguramente recordemos que gran parte de la educación que recibimos en la escuela se centraba en aprender una serie de datos para poder pasar los exámenes. Muchas veces los memorizábamos justo antes del examen. Si duda no la recordamos en su mayoría y tampoco nos enseñaba a razonar, es más, fomentaba el pensamiento unidireccional tal como intenta hacer la avalancha de información que nos llega.

Si no se controla debidamente, el deseo de obtener más y más información puede salir caro en términos de tiempo, sueño, salud y hasta dinero. Aunque es cierto que tener más información ofrece más opciones, también es cierto que puede crear ansiedad ya que la persona quiere estar segura de haber revisado o visto toda la información disponible. El doctor Hugh MacKay advierte lo siguiente: “En realidad, la información no es un camino hacia la iluminación. La información, de por sí, no arroja ninguna luz sobre el sentido de nuestra vida, tiene muy poco que ver con obtener sabiduría. Es más, como sucede con otras posesiones, puede llegar a ser un obstáculo para la sabiduría. Es posible que sepamos demasiado, tal como es posible que tengamos demasiado”.
Muchas veces la gente se siente agobiada no solo por el gran volumen de información accesible hoy día, sino también por la frustración de tratar de transformar la información en algo que sea entendible, significativo y realmente informativo. Se ha dicho que podríamos ser “como una persona sedienta condenada a utilizar un dedal para beber agua de una boca de incendios. La inmensa cantidad de información disponible y la manera como suele comunicarse hace que gran parte de ella nos resulte inútil”. Por consiguiente, lo que dicta si cierta información es suficiente no es la cantidad, sino la calidad y lo útil que esta nos resulte personalmente.


En el aspecto económico la sociedad de la información ha derivado hacia la creación de un mundo global. La globalización es el cambio de un régimen de economías nacionales bien definidas a una economía planetaria. En la actual “aldea mundial” se ha internacionalizado la producción de bienes, y el dinero cruza las fronteras de forma libre e instantánea. Es, prácticamente, el comercio sin barreras geográficas. En este sistema, las multinacionales ostentan un enorme poder, y los inversionistas anónimos pueden fomentar la prosperidad material o la recesión en cualquier región del globo.
Siendo causa y efecto de la revolución de la información de tiempos modernos, la globalización se apoya en el gran avance de las telecomunicaciones, el increíble aumento de la capacidad informática y el desarrollo de redes telemáticas como Internet. Tales avances le permiten superar las barreras de la distancia física.


Según sus defensores, la globalización puede constituir un torbellino de comercio e inversión que potencie la economía y el desarrollo hasta en países muy pobres. Por ejemplo, tan solo en la década de los noventa, el capital extranjero ha invertido un billón de dólares en las economías en vías de desarrollo. Este fenomenal aumento en la inversión internacional ha propiciado la construcción de carreteras, aeropuertos y fábricas en las naciones necesitadas. La globalización ha contribuido, sin duda, a elevar la calidad de vida de diversos países de todo el mundo, un ejemplo, hasta hace poco se necesitaban al menos dos generaciones para doblar el nivel de vida; en China, ahora se duplica cada diez años. Se cree que la globalización brinda oportunidades sin precedentes a miles de millones de personas. La asombrosa expansión del comercio mundial ha generado una ola de productividad y eficiencia, y ha creado nuevos empleos.
Pero los críticos señalan que la globalización también puede ocasionar el derrumbe de algunas economías de la noche a la mañana. Basta con hacer unos cuantos clics con el ratón de la computadora para devaluar rápidamente una moneda nacional, y así dejar sin valor los ahorros de toda la vida de millones de padres de familia. Los lúgubres presagios de un influyente analista de Wall Street pudieran provocar una desbandada de inversionistas deseosos de vender las acciones que poseen en Asia, lo que generaría un vacío de capital que terminaría hundiendo a millones de seres en la miseria. O quizás una junta directiva decida el cierre de una planta en México para abrir otra en Tailandia, con la consiguiente creación de empleo en Asia y el empobrecimiento de centenares de familias en Latinoamérica.
En opinión de muchos, la globalización ha hecho la vida más difícil para amplios sectores sociales, y amenaza con sumir en el atraso a una buena porción del mundo. No es casualidad que el decepcionante desarrollo económico de gran parte del África subsahariana se debe a que no ha logrado integrarse en la economía mundial y, por tanto, no ha conseguido realizar con eficiencia las actividades comerciales ni atraer la inversión.
Por tanto ha aumentado la fragmentación social, los países pobres siguen siendo más pobres y los ricos más ricos.





De modo que la globalización forma bolsas de riqueza en las naciones pobres y mares de pobreza en las ricas. David Korten explica en parte en su libro When Corporations Rule the World : “En los países con bajos ingresos, el rápido crecimiento económico trae consigo aeropuertos modernos, cadenas de televisión, autovías y centros comerciales climatizados que venden modernos electrodomésticos y ropa de marca asequibles a unos cuantos privilegiados. Rara vez mejora la calidad de vida de la mayoría. Tal crecimiento exige orientar la economía hacia la exportación para obtener las divisas que permitan a los acaudalados adquirir sus caprichos. De ahí que se quiten a los pobres sus tierras para realizar cultivos exportables. Los ex agricultores malviven en tugurios urbanos con míseras pagas obtenidas en talleres explotadores que elaboran productos de exportación. Las familias se desintegran, el entramado social se deteriora gravemente, y la violencia se convierte en un mal endémico. Los favorecidos por el crecimiento necesitan entonces más divisas, pues han de importar armas para protegerse de la ira de los desheredados”.
A escala internacional, la globalización somete a mayor presión a los trabajadores, pues los gobiernos degradan el nivel salarial y las condiciones laborales a fin de atraer la inversión extranjera con promesas de bajos costos. Aunque algunos países recién industrializados registran un aumento en las exportaciones a consecuencia de la mayor libertad en el comercio mundial, las naciones más pobres quedan en su mayoría rezagadas.


La codicia insaciable y la falta de moral han creado un mundo de sangrantes disparidades económicas. Fernando Cardoso, presidente de Brasil, expresó su inquietud: “La tarea de humanizar el desarrollo en la era de la globalización es un gran desafío, pues todos debemos afrontar el vacío ético que se genera al idolatrar el mercado”.

Por tanto , una sociedad en la que la información, en vez de contribuir al desarrollo personal y a mejorar los niveles de competitividad económica , nos va llevando a un mundo globalizado en el que las desigualdades sociales se han incrementado, dista mucho de ser el ideal de una sociedad civil, próspera y orientada hacia una vida en la que todo el mundo viva dignamente, en paz con el prójimo y en armonía con el planeta. Mientras que en la lucha entre el poder y los valores, sea el poder el ganador, la información estará segada y manipulada, en la mayoría de las veces, manteniendo el viejo modelo social

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